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Un post invitado: Nadia Alba escribe sobre Lisboa y yo pongo las fotos. Así repartimos el trabajo. If you want to read this post in English click here.
Este verano hemos decido visitar Portugal. Hay tantas cosas bonitas que ver allí… Aunque en este post me centraré en sus barrios más representativos. Algunas de nuestras amistades ya habían viajado a la capital portuguesa y todas ellas dijeron que nos encantaría. «Lisboa es muy bonita y se come muy bien», fue la frase que más escuchamos. Lo que se les olvidó decir es la cantidad de cuestas que tiene, así como el curioso suelo de adoquines que caracteriza sus zonas más emblemáticas, pero que destroza los pies de cualquiera. He de decir que vale la pena sufrir, porque el sitio es una maravilla. Menos mal que indagué antes de hacer la maleta y llegué a la conclusión de que, esta vez, mis tacones tenían que quedarse en casa.
Este suelo, conocido como «empedrado portugués» tiene su origen en 1755. Después de que un terremoto devastara la ciudad, el Marqués de Pombal, primer ministro del rey José I de Portugal, «el Reformador», mandó reconstruir la calzada con los escombros que había dejado la catástrofe. A día de hoy se puede disfrutar de los bonitos mosaicos que los adoquines forman por toda la parte antigua de la capital.
La Baixa
Es el barrio más céntrico de Lisboa y en él se encuentra la zona comercial. Comienza en la Praça dos Restauradores (Plaza de los Restauradores) y termina en la impresionante Praça do Comércio (Plaza del Comercio). Aquí pudimos contemplar el atardecer desde el mirador de 360º situado en lo alto del Arco do Triunfo da Rua Augusta (Arco Triunfal de la calle Augusta).
Ya de noche, subimos al Elevador de Santa Justa, que también ofrece unas excelentes vistas de toda la ciudad. El panorama es fantástico desde esta estructura neogótica de 45 metros de altura, que fue construida en hierro en el año 1900 y conecta las partes baja y alta de la ciudad. Con los años, ha dejado de ser tan funcional como originariamente, para convertirse más en una atracción turística.
Desde el elevador de Santa Justa.
Chiado y Bairro Alto
Chiado es una zona elegante y bohemia. Aquí solían reunirse los escritores portugueses de finales del siglo XIX y principios del XX. Ahora esta lleno de tiendas de marcas conocidas y cafeterías. Muchas de ellas han conservado la estética de los locales de principios del siglo XX, tanto por fuera como por dentro. La combinación de lo nuevo con lo tradicional queda espectacular.
La Praça Luís de Camões, uno de los escenarios de la Revolución de los Claveles, marca el límite de los barrios del Chiado y del Bairro Alto (Barrio Alto).
El Bairro Alto representa la Lisboa más alternativa y está situado en lo más alto de la ciudad. Si eres valiente puedes subir andando por sus pendientes, o si lo prefieres, puedes coger el tranvía o el elevador. Sus calles empinadas y llenas de fachadas con graffitis se llenan de gente de todo tipo en busca de diversión por las noches.
La Alfama
Este viejo barrio de pescadores y cuna del fado, tiene un encanto especial que se percibe al pasear por sus calles. Está situado a los pies del Castelo de São Jorge (Castillo de San Jorge) y entre sus casas antiguas se encuentra la Casa dos Bicos (Casa de los Picos), con una original fachada de piedras en forma de pirámide, que fue construida en 1523. Actualmente es la fundación José Saramago.
Por la noche, cogimos el famoso tranvía 28 desde la plaza Doutor António de Sousa de Macedo, situado en el Bairro Alto, para subir al barrio de Alfama. El viaje en tranvía es una experiencia agradable y divertida en Lisboa. Cuesta creer que sus vagones de madera suban las cuestas a la velocidad que lo hacen. A veces pasan por calles tan estrechas que si sacas la mano por la ventanilla casi tocas la pared de las casas. El caso es que no llegamos al final del trayecto. Decidimos bajar en la Sé de Lisboa (Sede de Lisboa), la catedral de la capital y su iglesia más antigua. Se construyó en el siglo XII y ha sobrevivido a varios terremotos. Volvimos a pie mientras veíamos los restaurantes y bares típicos portugueses, que ofrecen los mejores espectáculos de Fado.
Belém
Situado al oeste de Lisboa y frente al río Tajo, fue una de los barrios que más nos gustó. Destacan la Torre de Belém (Torre de Belén) y el Mosteiro dos Jerónimos (Monasterio de los Jerónimos).
Las dos construcciones, del siglo VI y de estilo gótico manuelino, están declaradas Patrimonio de la Humanidad. Viéndolos, una se pregunta por qué esto no ha salido en Juego de Tronos. Indudablemente preciosos. El claustro del monasterio es, posiblemente, de los más bonitos que existan.
De vuelta al centro de la ciudad, visitamos el Museo Nacional dos Coches (Museo Nacional de los Carruajes y las Carrozas), que nos pareció tan espectacular como el resto de lo que habíamos visto en Belém. Este museo recoge una de la colecciones europeas más importantes de carruajes reales de los siglos XVI al XIX y otra de coches de bomberos. Nada de lo que se puede ver allí, así como el palacio del siglo XVIII que las alberga, nos dejó indiferentes.
Parque das Naçoes
La traducción es sencilla: Parque de las Naciones. Es la parte más moderna de Lisboa, donde se celebró la Expo de 1998. Destaca de los demás barrios por su arquitectura contemporánea. Nosotros llegamos en metro y bajamos en la Estaçao do Oriente (Estación de Oriente), obra de Santiago Calatrava. Estamos tan familiarizados con su estilo que al verla nos dio la sensación de estar en València.
El parque cuenta con los pabellones y recintos heredados de la Expo, entre los que destaca la Torre Vasco da Gama (Vasco de Gama), que con sus 145 metros es el edificio más alto de Lisboa. Nos hubiera encantado subir pero no está accesible. Una pena; seguro que la vista desde arriba es impresionante. Está situada en pleno Estuario del Tajo, donde se encuentra el puente más largo de Europa con 12,3 kilómetros. Podíamos haber subido al teleférico pero no llegaba a tanta altura y no nos hizo tanta gracia.
Esa tarde fue la más relajada que tuvimos porque, aunque no paramos, nos libramos de las cuestas y los adoquines por unas horas. Paseamos por la zona, que no se libra de la fiebre de los runners; visitamos el centro comercial y tomamos café. Aún estamos sorprendidos de lo baratísimo que es allí (0,70 €).
Lisboa merece toda la atención
En definitiva, un viaje muy, muy recomendable. El vuelo desde València son menos de dos horas (hay 752 kilómetros) y se pasan rápido. La comida es buena y no es muy cara. La gente es muy amable y no hay mucho problema con el idioma. Además de que el portugués no es difícil de entender, en muchos sitios hablan también español. Nosotros tenemos pensado volver y conocer más acerca de nuestro país vecino.
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