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Cada uno tiene sus vicios. En mi caso es que suelo llevar cámara para pasear. El móvil puede servir y alguna vez me da alguna satisfacción, pero yo me he habituado a llevar la Samsung NX500 conmigo, y habitualmente le voy poniendo objetivos manuales que me tienen muy entretenido. El que más me gusta, sin duda, es el Minolta Rokkor 58 1,2. Pesa mucho más pero se trata de una óptica manual de una calidad excelente, luminosidad increíble y que proporciona un bokeh (el desenfoque que ahora intentan imitar los teléfonos móviles se llama así). Es una óptica fija que, montada en esta cámara, proporciona un ángulo un poco más cerrado del estándar.
Utilizar esa lente obliga a componer con especial cuidado y obliga, para conseguir los resultados que a mí me apetecen, a acercarse al objeto fotografiado. Así que no es raro verme acercándome a un palo, una raíz o un desconchado. Es habitual notar como la gente, al verme prestar atención a un detalle que para ellos es insignificante, mira de manera despectiva, curiosa o incluso molesta. Algo así como «mira ese idiota con la cámara pequeña haciendo una foto. No es ni siquiera grande. ¿Qué foto se creerá que va a hacer?». Y sin embargo, uno no sale a la calle con la cámara para dejarse afectar por desprecios cotidianos. Sale a andar y se para a hacer fotos.
Las paradas son, no lo olvidemos, estrictamente absurdas para cualquiera que no esté haciendo la foto. Yo lo explico muchas veces durante las sesiones con gente: el que mira por el agujero -en este caso, por la pantalla- es el que puede comprender el resultado que quiere conseguir. El transeúnte que observa al fotógrafo mirando una celosía metálica difícilmente podrá componer el plano en su cabeza.
Y más aún si lo que tenemos es un picado a 90º con la raíz de un ficus en primer plano y el resto desenfocándose. El viandante observa al fotógrafo y decide pensar con la información de la que dispone, que este último está como un cencerro, «pero tampoco le hace daño a nadie».
El fotógrafo, en su paseo, sigue a ritmo discontinuo, deteniéndose en cualquier lugar, experimentando y pensando en sus cosas. En si después, en casa, ante el ordenador y la pantalla, el resultado será el deseado o no.
Antes de concluir sus andares, se para ante un contenedor de obra. Los restos de alguna reforma desordenados, arruinados, rotos y acabados ofrecen una perspectiva que puede montar una imagen atractiva. O tal vez no, y habrá que conseguir más en otro paseo por Valencia.
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